sábado, 8 de julio de 2017

Catarsis, la ilusion de la permanencia.


Exposición individual de Salvador Montó

Julio 2017. Sala Municipal Antiguo Mercado, Requena. Valencia.



“Catarsis / la ilusión de la permanencia” nos habla de todas esas situaciones, de todos esos momentos, en los que se percibe una falsa continuidad justo antes de que todo cambie, ya sean cambios sutiles pero importantes o dramáticas transformaciones. El mundo es cambio contínuo y la vida diaria por el contrario nos hace contemplarlo obviando este hecho, cuando es una de las pocas cosas incontestables.

Imágenes estéticamente atractivas que te atrapan en una primera visión pero que resulten inquietantes en un segundo plano, incluso perturbadoras. El observador las hace suyas cuando reflexiona sobre lo que se le propone, en una lectura propia, supeditada a los miedos particulares de cada uno.

 Ya sean las relaciones sociales, relaciones personales, la economía, el entorno físico, la realidad psicológica, la carrera profesional, o tantas otras cosas, todo lo que se apreciaba como una realidad apacible, una sucesión de acontecimientos positivos, llegado un momento, puede transformarse en algo completamente distinto. Es una realidad alternativa latente, un mundo cambiante bajo una capa de normalidad.








"Un espacio para la vida debe ser un santuario. Tiene que ser un lugar donde puedas reflexionar sobre tu vida".
Tadao Ando

Fue precisamente en la sala municipal de la ciudad de Requena, hace casi treinta años, donde Salvador Montó se dio a conocer como artista. Desde entonces ha realizado numerosas exposiciones y ha merecido distintos premios. Ha participando en los más acreditados certámenes de pintura, tanto nacionales como internacionales, obteniendo el Primer Premio en seis de ellos y numerosas Menciones de Honor, incluyendo entre otros, la “Medalla de Plata" del Certamen Nacional de Pintura de Salamanca o la Medalla de Honor del prestigioso concurso de pintura BMW, en los años, 1993, 1996, 2000 y 2002. También ha expuesto junto a artistas de la talla de Rafael Canogar y Luis Feito y con algunos artistas de la llamada Escuela de Madrid, entre ellos Redondela , Álvaro Delgado y Barjola, y creadores como Agustín Úbeda, Farreras, Juan Alcalde y Miguel Condé.
Igual que un arqueólogo se adentra físicamente en la tierra, Montó busca en estos lugares de alta densidad poblacional encontrar la más bella aglomeración constructiva. El título de la exposición dedicada a su obra -Córdoba 2011- “Paisaje de la mirada“, resume muy bien la trayectoria del artista hasta este momento, acercándonos siempre a una realidad tangible, basada en viajes y recuerdos. A pesar de haberse centrado en diferentes temas a lo largo de su dilatada vida artística fundamentalmente ha trabajado como paisajista urbano. Vistas recreadas en ciudades tan importantes como Nueva York, Berlín, Roma o Venecia. Madurar la idea de paisaje no es sencillo, como bien ha expresado el creador manchego Antonio López.
Montó ha pintado durante años arquitecturas urbanas con las que ha recorrido el mundo, exponiendo en Londres, Estrasburgo, Buenos Aires, Berlín, Roma, Milán, Gante, Innsbruck, Cracovia, Verona, Parma, Bruselas y Siegen. Desde la riqueza formal y estética que le ha proporcionado la percepción de poblaciones tan importantes y conocer el modo de vida de sus gentes, expresa ahora sus profundas inquietudes y reflexiona acerca del ser humano.
Sus lienzos - años noventa - lo convierten en un cronista gráfico de la Ciudad de Nueva York, urbe en la que parece haberse detenido el tiempo, como si despreciara la prisa. Hay una peculiaridad que llama la atención en los paisajes del artista y que observamos también en otros muchos creadores, como es el caso del neo impresionista francés Georges Seurat y los trabajos del hiperrealista Richard Estes; da la impresión de que el tiempo no pasa, no juzga, no califica, no transcurre, sólo se detiene ante la belleza de una tarde luminosa o un claro amanecer.

Interesado el artista valenciano en el color y a partir de una concepción clásica de la pintura y de la composición, nos regaló bellos lienzos que demuestran la seriedad con la que siempre ha afrontado su trabajo, allí en donde espectador y artista confluyen. Con depurada técnica pudo pintar -antes que se convirtiera en una moda- ciudades deshabitadas. Destacan los puntos de visita altos, esa especie de plano picado que tanto vemos utilizar en el cine; instantáneas que miran hacia abajo, tomadas como en ángulo desde la parte más alta del Rockefeller Center, Empire State Building o las desaparecidas torres gemelas, el World Trade Center, el más alto rascacielos del hemisferio occidental hasta el momento de la barbarie terrorista.

El cine es, para Montó, la manifestación artística más importante de nuestro tiempo. De ahí su exposición “Memorias de cine” (Córdoba, 2015) dedicada a este género. Las telas representan momentos vividos, que nos recuerdan las secuencias de algunas películas de directores como Blake Edwars, Sergio Leone o Paolo Sorrentino, donde el hombre (aún ausente) es el gran protagonista siempre.
Así, evocando escenas cinematrográficas, desde la ciudad de los rascacielos inicia un nuevo camino pictórico. Ante la pretensión de que su pintura vaya más allá de la materialidad, su estilo ha ido evolucionado. Metafóricamente hablando, los lienzos que conforman la muestra requenense, representan artísticamente un importante salto al vacío.


Abre esta exposición la obra “Mundo indiferente”, basada en una de las imágenes icónicas de principios del siglo XXI, historia viva de nuestro tiempo. El hombre cayendo desde las Torres del World Trade Center en la tragedia del 11 de septiembre de 2001. Nunca se llegó a conocer su nombre, paradojas de la vida…

La ciudad fastuosa, espléndida, pero impersonal y fría, es ajena a la historia individual de cada una de aquellas victimas que se lanzan al suicido ante la desesperación. Montó exterioriza a través de sus pinceles la personal visión del mundo actual, los sentimientos de soledad, desesperación y melancolía que protagonizan hoy la vida del ser humano. Y es que, como él mismo se manifiesta: “La pintura que me interesa, es aquella que no se detiene en la imitación de la realidad…para mí, la pintura son imágenes y emociones. Emociones que se suscitan desde las imágenes”.





Es cierto: sus telas van más allá de la simple representación de la realidad, trabajo artístico cargado de emocionalidad, donde los sentimientos de soledad y autodestrucción se dan la mano. El artista provoca en el espectador cierta reflexión ante el suicidio de un ser humano. Lo que le interesa es la indiferencia del mundo ante el drama individual. La palabra pintada “UP” junto al símbolo de una flecha, reincide en el sentido de revisión personal, de retroceder ante el acto dramático de esa muerta adelantada. De ahí el título de la exposición: Catarsis.
Esta es una palabra muy explotada en psicología; define el proceso de liberación de las emociones negativas para renacer. El vocablo se hizo popular en el ámbito psicoterapéutico gracias al psicoanálisis de  Freud.

Angustia vital que se percibe también en los retratos de parejas, incomunicadas, como ausentes, rotas y angustiadas. Vivimos en un mundo roto por la desesperación, un espacio cruel que abandona a las personas ante el dolor. La pareja cuando ya cada uno va por su lado.







            Con aspecto de tríptico, “Elogio de la indiferencia” está compuesto por tres imágenes aparentemente sin conexión. Por una parte, se insiste en la imagen del hombre que cae o se lanza desde el rascacielos, metáfora del fracaso personal según nos cuenta el artista. En segundo lugar, la grisácea ciudad y la última escena, una mujer de aspecto felino  permanece indiferente ante la dramática escena.








       
           Su pintura es un modo de psicoanalizar al ser humano, planteándonos que debemos ser capaces de valorar las cosas de un modo diverso. Ha llegado el momento de reflexionar sobre la vida. Así plasma la indiferencia ante el sufrimiento o los éxitos personales en la obra “El salto perfecto”, donde se reconoce a una muchedumbre anónima y seriada, espectadores/jurados, ante el salto mortal de un acróbata, mientras miran indiferentes el suelo, justo en el momento triunfal e irrepetible del atleta.

 Bien sería que se pudiera alcanzar esa autorreflexión desde nuestra condición de seres pensantes que pretende el artista; por eso sus lienzos adoptan un personal tono, aún cuando la temática aparentemente cambia. Esto es lo que ocurre con los últimos cuadros donde, de repente a través de casas famosas, con lo que parece un pequeño homenaje a la arquitectura moderna, nos mueve a la reflexión

           En un primer golpe de vista esas viviendas de rectas arquitecturas -que recuerdan las piscinas californianas de Hockney- buscan expresar otras preocupaciones diferentes. Aquellas viviendas estaban habitadas y sus bañistas vivían felices. Las arquitecturas domésticas de Montó de interiores modernos, en aparente y extremo orden, espacios perfectos, casas deshabitadas, donde sólo el reflejo de un televisor parece dar algo de vida. La soledad y la incomunicación realmente instaladas. Escoge varias obras maestras de la arquitectura moderna, entre ellas la Casa Lowell, levantada en los Ángeles en 1927. Gracias a sus dueños y a la audacia del arquitecto Richard Neutra está considerada como una obra maestra de la arquitectura así como también la Casa Farnsworth, de Mies van der Rohe, levantada 25 años más tarde. Todas de simples estructuras metálicas y cerradas por luminosos pabellones lineales cerrados con vidrio hablan, una vez más, sobre la soledad del hombre contemporáneo. Acaba el breve recorrido por la Historia de la Arquitectura Moderna con un importantísimo arquitecto japonés, Tadao Ando.


           Tremendamente evocadoras son las telas abstractas mostradas en esta exposición. Manchas acuosas de un acusado contenido simbólico. Son el mejor modo de expresar la conciencia, la lucha interior del ser humano dominado por su tiempo, esas aguas revueltas que se llevan por delante edificios, naturaleza y confort. Momento catártico que como las aguas del mar arrastran, destruyen y limpian todo, hasta el alma.











Me evoca Montó al caminante de la obra más conocida del alemán Caspar David Friedrich, el ”Caminante sobre el mar de nubes” de principios del XIX; un hombre de espaldas que se encuentra a la orilla de un risco en una postura desafiante ante la fuerza de la naturaleza, de esa bruma, de esas nubes rotas por los riscos.



Felisa Martínez Andrés
Doctor en Historia del Arte